viernes, 15 de enero de 2016

Igualdad versus equidad




Ayer encontramos por casualidad en el blog "Abriendo locos caminos", esta buenísima viñeta, que ilustra la situación educativa en muchos países (por lo menos el nuestro).

Lamentablemente, se tiende a confundir justicia con igualdad: si se hace lo mismo con todos nuestros alumnos, eso es justo y si todos tienen las mismas oportunidades, eso es justo. Pero como decía Aristóteles, la equidad es mayor virtud que la igualdad. Equidad es dar a cada uno según sus necesidades y posibilidades. Si proporcionamos a todos nuestros alumnos los mismos recursos, si aplicamos a todos los mismos métodos, estaremos siendo igualitarios, pero no justos. 

Es cierto que hay determinados mínimos que todos deberían alcanzar. Nadie va a discutir eso. Y abogamos por que los alumnos adquieran una cultura general adecuada, en todos los ámbitos del saber. ¡Cuántas veces hemos oído eso de "¿y esto para qué sirve?"! La mayoría de los alumnos no tienen el nivel madurativo apropiado para entender las ventajas de la cultura general para su formación como personas completas, críticas y con capacidad de asombro y aprendizaje, y eso forma parte de nuestra tarea como docentes. Para hacerles llegar esos contenidos mínimos, los docentes tenemos que tener una mente flexible y buscar los métodos más apropiados para cada alumno, porque son personas, y como dice el saber popular, cada persona es un mundo.

Pero para ser equitativos en nuestras aulas, nos tropezamos con dos obstáculos (de nuevo, por lo menos en nuestras fronteras). En primer lugar, adaptar métodos y materiales requiere trabajo adicional, y ahí entra la forma de ser de cada uno. Y aunque es cierto que hemos encontrado gente que por falta de vocación o desencanto profesional deriva hacia lo cómodo, no es menos cierto que hemos visto profesores dispuestos a asumir esa labor adicional incluso en horarios extraescolares no remunerados.

En segundo lugar, y esto no depende del profesor sino del sistema educativo, la sobrecarga de alumnos en el aula dificulta mucho la atención personalizada, equitativa y por lo tanto más justa. Por si fuera poco, el sistema prima la igualdad, y a ser posible tirando hacia abajo: los mínimos son cada vez más mínimos, no se incentiva el esfuerzo personal ni la capacidad de sacrificio, y se siguen políticas "por el bien del alumno" que, en nuestra humilde opinión, solo pueden tildarse de bizarras. Como muestra, decir que al docente no le está permitido calificar al alumno con un cero, aunque dicho alumno no haya hecho absolutamente nada, haya sido absentista y no haya entregado ningún trabajo. Se le ha de poner como mínimo un 1, pues lo contrario sería perjudicial para la autoestima del alumno. Evidentemente, los promotores de esta medida propia de gente que jamás ha pisado un aula han olvidado dos cosas: la autoestima se consigue a base de esfuerzo y sacrificio (regalando nota solo se consigue una confianza falsa, frágil y vanidosa), y que en cualquier sistema de calificación, lo mires como lo mires, siempre habrá un mínimo.

Por lo tanto, si queremos conseguir esa equidad, mucho más justa que la igualdad tan ensalzada, deberíamos empezar por educar a todos los niveles: conocimientos y valores para nuestros alumnos, una inteligente interpretación de las notas para sus padres, estrategias educativas y empatía para los docentes, y mostrar cómo es la realidad de las aulas a los altos escalafones. 

La igualdad llevada al extremo conduce a una realidad uniforme, monótona y despersonalizada. La equidad bien entendida, sin embargo, crea diversidad enriquecedora, acepta a las personas como son y potencia sus talentos, y crea vínculos humanos más allá de notas y estadísticas comparativas que tanto gustan a los ansiosos de publicidad.





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